Las ruinas de la fortaleza
- Dr. Junípero Méndez

- 9 jun
- 2 Min. de lectura
Analicemos los valores del pasado basados en la fuerza y la independencia, que cada vez caben menos en un presente complejo.
Estimados lectores: En mi columna de la semana pasada me referí al modo en que un anhelo cultural reciente, el imperativo de la felicidad, se convirtió en una causa del sufrimiento colectivo actual.
Hoy, inversamente, reseñaré el cómo los valores del pasado, basados en la fuerza, la autodeterminación y la independencia, se sostienen como creencias, aunque no se les practique sistemáticamente.
En los albores de la civilización se requería un funcionamiento físico y psicológico basado en la fuerza, el control, el arrojo, para el enfrentamiento de los peligros de la naturaleza y para la defensa de otras tribus o pueblos.
La evolución cultural y tecnológica a lo largo de los siglos, ha hecho que para cada individuo el frente de combate se desplace de manera inadvertida, desde su origen en lo físico concreto, hacia el ámbito de lo psicológico abstracto.
Es decir, lo que antaño era la tarea de luchar contra los hombres, las bestias y los elementos naturales, ha ido siendo sustituido por el esfuerzo diario por alcanzar y mantener un sentido de importancia y valoración personal en la interacción con los demás.
Hoy día, los temores persistentes en la mente se refieren más al aislamiento producto de la marginación social, o en niveles más sofisticados pero muy generalizados, a la falta de popularidades o aceptación en las redes sociales de cada individuo.
De tal forma que los antiguos valores, cuyo objetivo era la sobrevivencia física, han ido quedando inadvertidamente obsoletos.
Son vestigios históricos que de palabra se siguen enunciando, pero que con la experiencia emocional interna se contradicen, o no se practican.
Por ejemplo, las personas que de manera sistemática hacen uso de la fuerza, la temeridad y la autonomía de pensamiento, es decir, que no les importa la opinión negativa de los demás para determinar su conducta, rápidamente chocan con la crítica, el rechazo y la marginación del grupo al que inicialmente pertenecían.
Dichos individuos reaccionan a esta exclusión con violenta defensa verbal o conductual que aminore el dolor de la autoestima herida, lo cual es muy contradictorio, pues debido a la autonomía emocional e independencia que preconizan, nada debiera alterar su paz y satisfacción, y aunque lo finjan, la realidad es que no ocurre así.
Este fenómeno es lo que en psiquiatría conforma un grupo de los trastornos de la personalidad.
La experiencia nos confirma que la mayor parte de las personas promedio, aunque se autodefinan practicando tales normas clásicas, en realidad transigen en las situaciones en que está en riesgo el aprecio y aceptación de los seres importantes para ellos.
En otras palabras, la mayoría de la gente se rige en sus interacciones por valores contemporáneos como la tolerancia, la aceptación de la limitación, la vulnerabilidad, pero sin aceptarlo conscientemente.





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