La palabra que no llega
- Dr. Junípero Méndez

- hace 4 días
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Estimados lectores: este lunes 20 de octubre de 2025, voy a exponer en un foro sobre psicoanálisis de la creatividad, un breve análisis sobre Pedro Páramo de Juan Rulfo. El título hace alusión a mi interpretación de la trama de la novela.
Pero más allá de ello, se refiere a lo imposible que resulta añadir algún sentido a la enorme cantidad de palabras que se han escrito como análisis de esta obra.
Todos sabemos que Rulfo, nacido entre la revolución y la lucha cristera y su creación de 1955, la novela Pedro Páramo, han sido conocidos, reconocidos, traducidos, filmados y laureados de un modo tan creciente “que no parecen una cosa de este mundo”.
Mis propias palabras en este momento son un eslabón más de una cadena de admiración, a la que se le siguen pegando eslabones, cadena que para algunos jóvenes creadores se va sintiendo ya demasiado pesada.
En la novela, su pobre hijo Juan Preciado, obediente a un mandato materno, y empujado por una búsqueda de sentido, nos lleva al desolado Comala, cuya ubicación geográfica real es inútil buscar, pues reside en un páramo espectral, en donde por boca de los difuntos va enterándose de los crímenes cotidianos cometidos por su padre, hasta que lo matan los murmullos.
La gente a veces olvida que los murmullos, las murmuraciones, en un pueblo chico, infierno grande, pueden matar toda esperanza, menos la del descanso, que finalmente parece alcanzar con la muerte.
Cabe cuestionarse tal descanso, pues ¿Quién puede descansar en esa tierra a la que el “rencor vivo” de Pedro Páramo hizo florecer y luego dejó morir?, rencor primero contra los que mataron a su padre, y luego contra los que vinieron atraídos por las campanas, y festejaron en la plaza cuando él estaba velando al amor de su vida, Susana San Juan. Y esos fueron, en ambos casos, los habitantes de Comala.
Coinciden grandes escritores con este ir y venir entre dos mundos, Rulfo inaugura el realismo mágico.
No me toca decir sobre la técnica narrativa, solo me toca decir del alma de la gente que deambula muerta entre los llanos y las calles resecas y polvorientas, y que solo de su memoria exprimen unas gotas de sueños, nostalgias de cuando aquellos campos se mecían de espigas y trinos de pájaros.
No sé si ocurra solamente en el imaginario mexicano, o sea propio del género humano, que la dulzura del recuerdo de tiempos pasados, termine por amargar y calcinar la vivencia del presente.
Me toca decir de un asunto más oscuro todavía: la capacidad del cacique Pedro Páramo para cometer fechorías, y lucrar en su beneficio con los movimientos revolucionarios, cosa que parece un carácter perpetuo de la política nacional a lo largo de la historia, no lo exime de cierta grandeza sombría, que brota entre sus labios moribundos como poesía añorante de su amada, antes de desmoronarse.




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