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La guerra interior

  • Foto del escritor: Dr. Junípero Méndez
    Dr. Junípero Méndez
  • 6 oct
  • 2 Min. de lectura
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En nuestra esencia, habita un campo de batalla, donde se libra la lucha entre la tendencia destructiva y creativa.


Estimados lectores: en el año de 1932, dos grandes hombres de su tiempo, Albert Einstein y Sigmund Freud, intercambiaron correspondencia acerca del tema que ya se sentía en el ambiente social como antecedente de la segunda guerra mundial.


Einstein, propugnando por un remedio que salvara a la humanidad de la guerra,  cuestionaba a Freud, acerca de lo contradictorio que resulta el pensar que un grupo pequeño de individuos poderosos que se benefician con el comercio de las armas o las ventajas políticas y económicas de los territorios conquistados puedan convencer de marchar a la guerra a miles de individuos.


Para quienes el resultado final de la lucha, solamente es la muerte, la calamidad y la vuelta a la vida ordinaria, como la previa a las batallas.


Contestaba Freud que tal efecto es logrado porque ese pequeño grupo manipula la mentalidad colectiva a través de los medios, de la propaganda, y aún de la cultura y de la religión. 


Pero no se detenía ahí, sino que iba a un sector más oscuro e inaceptable en primera instancia: la afirmación de que en el interior de todos los individuos vivan tendencias agresivas innatas, es decir, no producto del ambiente, ni del desarrollo.


Sino, como parte de la naturaleza humana, y que de continuo buscan su salida, su expresión, su satisfacción. Y que la guerra proporciona, de modo socialmente autorizado, la oportunidad para que tales tendencias emerjan vestidas de patriotismo y/o necesidad de defensa.


La guerra ha sido un fenómeno presente en todas las etapas del desarrollo de la civilización, de hecho, podríamos decir que lo que conocemos como historia universal, es en realidad la historia de los movimientos de dominación de grupos sobre otros, en la forma de clanes, reinos, imperios, naciones, etc. 


Y que este cuadro de conflicto bélico perpetuo, es la proyección magnificada a nivel mundial de lo que ocurre en el interior de cada individuo: de la lucha entre sus tendencias destructivas y creativas.


Las manifestaciones de la violencia doméstica o familiar, del maltrato y abuso infantil, de la criminalidad, de la corrupción gubernamental y así abarcando esferas mayores de individuos, bajo el mismo signo del dominio agresivo.


El psicoanálisis ha sido criticado desde sus inicios por describir al ser humano con estos atributos agresivos socialmente “indeseables”, pero la glosa anterior no deja argumento para conceptualizar a un ser humano como predominantemente “bueno”. 


En la cultura, en la educación y en la confección de los valores contemporáneos de las últimas décadas, hay un esfuerzo hacia la pacificación y la armonía, pero resulta que el verdadero arte para serlo, tiene que ser contestatario, violento, con lo que el remedio propuesto se ha convertido también en un instigador de la tendencia natural agresiva. 


El reconocimiento sincero de las propias tendencias agresivas que propone el psicoanálisis, y su potencial modulación, podrían ser el inicio de un equilibrio más sustentable.

 
 
 

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