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Los sinsabores de la motivación

  • Foto del escritor: Dr. Junípero Méndez
    Dr. Junípero Méndez
  • 14 jul
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 28 jul

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Estimados lectores: en una columna previa me referí a la mentira de felicidad como una causa del sufrimiento humano contemporáneo.


Les comparto que he recibido críticas que me señalan como pesimista, y es afortunado, porque así me doy cuenta que quienes me leen se toman el tiempo de opinar sobre su contenido.


Hoy me voy a referir a un aspecto de la interacción y modo de pensamiento que, al parecer, se desprende de la corriente de la psicología positiva, pero que, en mi opinión, es un malentendido.


Cuando los individuos muestran estados o expresiones de desánimo o desesperanza, la reacción de quienes les rodean es tratar de aliviarlo con palabras de motivación, y hasta ahí todo parecería muy lógico y normal.


Una mirada más cuidadosa a las palabras que se le dan nos muestra el porqué no se obtiene el efecto aliviador esperado. 


“Tú vales mucho”, “tú mereces lo mejor”, “nunca te des por vencido”, “si te lo propones tú puedes lograr lo que tú quieras”, etcétera, son frases que brotan de la mente de alguien que no se encuentra en el estado de ánimo bajo o depresivo, y por ese motivo fallan en la empatía, la comprensión y la tolerancia.


Pero más allá de ello, el contenido mismo de las frases motivadoras es engañoso, llevan en su interior una falacia:


La atribución de valor personal es un proceso interno, íntimo, no puede ser forzado desde afuera, el merecimiento de lo mejor, si lo entendemos como el cumplimiento de los deseos del sufriente, no ocurre simplemente porque lo merezca, sino sólo en algunas afortunadas ocasiones, como producto de penosos esfuerzos.


En el curso de ese proceso es inevitable que ocurran momentos de fatiga y desazón. 


Finalmente, el proponerse las metas que uno desee y confiar en que sólo por proponerse y esforzarse se puede lograr todo lo que uno quiera, deja fuera de la realidad el factor de la limitación de las capacidades humanas.


De la falibilidad y de lo azaroso de la vida, de lo contingente que se opone a nuestros propósitos y esfuerzos. 


No es de extrañar que el sufriente se sienta más desmotivado por darse cuenta de que capacidades psicológicas que le dicen son tan naturales en todos, él mismo no las encuentra dentro de sí, ni puede usarlas para salir de su sufrimiento.


Debo advertir que, por una mentalidad motivadora-positiva como la que estoy reseñando, pueden pasar inadvertidas, sin diagnosticarse, enfermedades depresivas que, por falta de tratamiento, empeorarán.


Por ahora lo más importante que me parece para concluir, congruente con la línea de pensamiento que he venido desarrollando en mis columnas, es señalar la idealización de la alegría, insostenible, y la intolerancia y satanización del sufrimiento, y por ello el desconocimiento de su función, como brújula del desarrollo psicológico a lo largo de la vida.

 
 
 

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