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La mentira de la felicidad

  • Foto del escritor: Dr. Junípero Méndez
    Dr. Junípero Méndez
  • 2 jun
  • 2 Min. de lectura

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Estimados lectores: Para mi primera contribución en esta columna he considerado pertinente tratar un tema que, por su presencia en nuestro diario vivir y en nuestro pensamiento colectivo, se ha vuelto tan natural e invisible, que cuesta trabajo advertir que se trata de un error del pensamiento compartido.


Se trata de la idea de que hemos venido al mundo a ser felices, o que la meta más importante de la vida es la felicidad.

Esta idea arraigada en la mentalidad contemporánea se enlaza con la suposición de que la manifestación conductual de la felicidad es el estado emocional de alegría. Luego entonces son agradables y aprobadas todas las manifestaciones de alegría y evitado todo lo contrario como la preocupación o la tristeza.


Este modo de pensamiento sobre la felicidad es un producto social históricamente muy reciente, podemos asumir que la mentalidad prevalente en la edad media, según los escritos de los pensadores de aquel tiempo, era que el sufrimiento y el sacrificio en esta vida, aseguraba la dicha eterna después de la muerte.


Luego del renacimiento, las creencias religiosas entraron en decadencia y su importancia fue ocupada por la dignidad humana que legitimó el deseo de felicidad actual. Entonces era todavía solo un deseo, un anhelo, no un hecho al que forzosamente se tuviera que llegar.


La felicidad como el imperativo social actual es un subproducto de la mentalidad de posguerra y de las políticas consumistas. Ahora se considera que debe ser el resultado de una vida exitosa de acuerdo a los valores contemporáneos y que debe ser manifestada públicamente como alegría.

Quienes atendemos a personas que sufren enfer

medades emocionales nos percatamos que no solo en los pacientes, sino también en sus familiares no enfermos, la felicidad y la alegría son estados más bien escasos y transitorios.


Una buena parte del sufrimiento de los pacientes proviene no de la enfermedad emocional, sino del estigma de sentirse fuera de una sociedad que aparentemente es feliz.


Más allá de la superficie, los discursos sociales compartidos en la colectividad y en los medios, y en la política y la cultura, sobresalen como piedra en el zapato de las creencias: La vida cotidiana muestra por todas partes que la vivencia de felicidad y alegría predominante, que debiera ser natural (puesto que para ello estamos supuestamente predeterminados), sencillamente no se cumple, y además con cada esfuerzo se aleja.


La creciente industria de satisfactores rápidos, de placeres adquiribles y distractores hace patente que el sufrimiento ha aumentado. No es el propósito demeritar el ideal de felicidad, sino explicar uno de los motivos del sufrimiento.


El sufrimiento contemporáneo se debe en buena parte al pensamiento colectivo equivocado, de que la meta más alta de la vida es la felicidad, lo que conduce a la intolerancia del sufrimiento connatural a la constitución humana.


 
 
 

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