El poder de la vulnerabilidad
- Dr. Junípero Méndez

- 16 jun
- 2 Min. de lectura

Contrario al sentido común, el reconocimiento de la propia vulnerabilidad, limitación y falibilidad permite un funcionamiento más eficaz y una conexión interhumana más profunda.
Estimados lectores: La semana pasada me referí a la inadvertida incongruencia de seguir defendiendo valores basados en la fuerza, control y dominio, en una actualidad en que resulta imposible o inconveniente practicarlos.
Por ejemplo, la agresividad que se manifiesta en los problemas de pareja, en las disfunciones familiares y en la violencia social, puede ser entendida como la pervivencia anacrónica de valores antiguos.
Continuando con la tarea de cuestionar falacias socialmente compartidas, hoy describiré a la vulnerabilidad como una estado normal del ser humano, y no como una falla psicológica que conlleva una respuesta ineficaz ante las situaciones retadoras o abrumadoras de la vida.
La vulnerabilidad en el sentido psicológico aquí descrito, es el sentimiento producto de reconocerse, de modo racional y consciente, como un ser que puede ser afectado por las reacciones de los demás, lo que conlleva inexorablemente a sentirse interdependiente de otros seres humanos cercanos, y necesitado de ellos para un sentimiento de seguridad y pertenencia.
A primera vista, lo anterior puede entenderse como un estado inapropiado para las metas de la sobrevivencia física y emocional, es decir, una característica psicopatológica.
Sin embargo, de acuerdo con algunas corrientes del psicoanálisis contemporáneo, la vulnerabilidad, como reconocimiento de la limitación y de la fragilidad propia, de la falibilidad y de la finitud, es una capacidad psicológica altamente útil.
En el funcionamiento interpersonal cotidiano, particularmente en una sociedad individualista, una buena parte de la energía psicológica que se genera en el aparato mental, se gasta en un grupo de funciones inconscientes que técnicamente se llaman mecanismos de defensa, y que tienen por objeto último el apartar de la mente aquello que amenaza nuestro sentimiento de capacidad, dominio, infalibilidad.
Un abandono racional, voluntario y consciente de tales pretensiones de perfección, ahorra un monto de trabajo psicológico que puede ahora ser dirigido a metas más realistas tanto en el desarrollo interno, subjetivo, personal, como en los logros posibles en la vida.
En segundo término, la capacidad para reconocerse vulnerable, falible y con limitaciones, faculta a la persona para otra valiosa función: La empatía.
De esta función me ocuparé la semana siguiente. Hoy solo adelanto que la capacidad de entender los problemas y fracasos de otras personas, para que sea auténtica, solo puede partir del reconocimiento de limitaciones, flaquezas o dificultades propias, semejantes o equivalentes a las de la persona que nos muestra su sufrimiento.
La experiencia emocional de sentirse en conexión profunda con los demás, tan preconizada por las filosofías contemporáneas, emerge de la aceptación del dolor compartido, y no de la efímera e infrecuente coincidencia del triunfo.




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